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Overtourism + Pandemia: el “clic” que el turismo necesitaba

Si bien el concepto de overtourism o sobreturismo no es nuevo, recientemente cobró renovada actualidad en virtud de la reanudación de los viajes tras el parate que la pandemia de COVID-19 impuso a los flujos turísticos.

En tal sentido, esta pausa imprevista representó una oportunidad única de introspección que evidenció una gran asimetría en la relación turista-anfitrión, al mismo tiempo que reflotó sus efectos colaterales indeseables como la degradación del patrimonio, la contaminación, la turistificación y la turismofobia.

Esto a su vez desató una “crisis de propósito“, tanto en los viajeros conscientes como en las organizaciones de marketing de destinos (DMOs), los cuales se enfrentaron a la necesidad de repensar su papel en la construcción de una actividad turística más sostenible.

Por el lado de los viajeros, la sostenibilidad, en su triple vertiente ambiental, económica y social, comenzó a aparecer con mayor frecuencia entre las preocupaciones (y demandas) de la Generación Z.

Así, recientes estudios sobre el comportamiento de los consumidores, reflejan que un número creciente de viajeros privilegian opciones sostenibles a la hora de planificar su viaje e incluso están dispuestos a pagar más por alternativas que les permitan compensar su huella de carbono o apoyar a las comunidades locales.

Esta tendencia se ve confirmada por la aparición de nuevas formas de turismo, como el turismo regenerativo, donde los viajeros realizan tareas de voluntariado como plantar árboles nativos o colaborar en la limpieza de las costas del lugar visitado.

Al mismo tiempo, las organizaciones de marketing de destinos admiten que la actividad turística, tal y como la conocíamos antes de la pandemia ya se había tornado insostenible: con destinos totalmente saturados en sus capacidades de carga y comunidades locales avasalladas o, peor aún, desplazadas de sus lugares de origen.

Surgieron así preguntas “incómodas”, de esas que desafían el statu-quo y obligan a redimensionar la actividad turística más allá de su  impacto económico:

¿Hasta qué punto el turismo beneficia a las comunidades locales desde un punto de vista ambiental y social?

¿Qué porcentaje de los ingresos por turismo se reinvierte en mejorar la calidad de vida de los residentes?

Y en definitiva:

¿El hecho de figurar en los ránkings de la Organización Mundial del Turismo, debe ser motivo de alegría o preocupación?

Y aparecieron entonces nuevos modelos disruptivos, como el de la isla canadiense de Vancouver, cuya DMO Visit Vancouver (rebautizada 4VI) recientemente anunció su reconversión a una empresa social sin fines de lucro, adoptando por faro de sus acciones (y destino de sus ingresos) el bienestar de las comunidades locales.

¿Esto significa que el turismo, la “industria sin chimeneas”, ya no es tan inocua como se creía y es en cambio una actividad de impacto negativo?

De ninguna manera. El turismo siempre ha sido, es y seguirá siendo una fuerza transformadora positiva, un motor de desarrollo económico y social.

Lo que estamos diciendo es que la labor de las DMOs no debería limitarse solo a atraer turistas, sino que es necesario que estas adopten una mirada más integral que incluya la gestión de su impacto en el destino y la población local.

Medidas como el cobro de tasas turísticas (Venecia), la implementación de cupos diarios de visitantes (Machu Picchu) o la fijación de límites a la recalada de cruceros (Palma de Mallorca), demuestran una toma de conciencia por parte de los destinos.

Estas medidas se complementan con la exigencia de certificaciones de sostenibilidad a los prestadores turísticos y la aplicación de fuertes multas a los viajeros que “depreden” el destino.

Pero al mismo tiempo, las DMO deben trabajar en la planificación y el desarrollo sostenible de nuevos destinos turísticos —idealmente en áreas rurales— que permitan descomprimir los destinos saturados y beneficiar a otras zonas y comunidades.

Para ello, es necesario dar voz y voto a la población local, reservándole una silla en la mesa de la toma de decisiones.

La buena noticia es que viajeros, empresas y destinos están trabajando lado a lado en la co-creación de una nueva forma de viajar, más responsable y sostenible.